OUTRO

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Statistics say things are better in Honduras. San Pedro Sula is no longer the world’s murder capital. Its 2012 high of 90.4 murders per 100,000 people remains a grim record.

But even though San Pedranos are now (as of 2019) three-and-a-half times less likely to be murdered than in 2012, it doesn’t make people feel any safer. Police and military checkpoints still dot the city. People you know die. Impunity rates hover from 95–98 percent. And two-thirds of Hondurans still live in poverty.

After an acquaintance’s restaurant failed, he transformed the space into an unlicensed bar and drug den. He monitored the street from a dedicated security room, a precaution he took after finding himself on the radar of both police and the neighborhood gang, MS 13. One night, we passed by and saw a police car out front. By the time we got home, a journalist in a WhatsApp group was reporting that the owner had been murdered. Two sicarios had walked right past a phalanx of security cameras, entered the bar, and forced him and an employee to their knees. They spared the employee, shot the owner in the head, and left. We saw the employee as they brought out our friend. We didn’t talk. The employee and I still see each other around the city. We exchange nods. We don’t discuss what happened that night. That’s what impunity looks like.

Honduran President Juan Orlando Hernández was first elected in 2013. Over the past eight years, he has consolidated the military, judiciary and intelligence services under his authority. In 2015, a secured Supreme Court removed presidential term limits (ostensibly, the reason the military deposed Zelaya). The 2017 presidential election appeared to favor beloved TV host Salvador Nasralla, but when his lead looked solid, the State Electoral Tribunal’s servers went down, and vote-counting irregularities piled up. When the process restarted, the lead had been lost. The Organization of American States described it as a “low-quality” election process. Hernandez won a second term by slightly over one percent.

When the American Embassy in Honduras shared a press release on their Facebook page, announcing that Honduras was co-operating with the U.S.A. to stop Hondurans from reaching the U.S.A. and, further, that the country would provide safe haven to others in Latin America, it was met with many laughing emojis. The same day, the New York Times ran a story detailing the cocaine trafficking indictment against Hernández’s brother Antonio “Tony” Hernández, and allegations that the president used drug money to win the 2013 election. Once feted as a partner by the US, a direct benefactor of free and fair elections the US supported as an answer to 2009’s military coup, named CC-4 J.O.H. or co-conspirator #4 in a New York City court after allegedly taking bribes from narcos, Hernández appears to be a cynical and selfish as any average Honduran believes.

One drug trafficker alleged Hernández said “We’re going to shove the drugs right up the gringo’s noses,” and the headline threw Hernández onto the cover of American newspapers. He, of course, casually dismissed the allegations.

In 2021 Democrat Senators introduced a bill to sanction Juan Orlando Hernández and Honduras’ security forces, limiting money for arms and training until human right goals are met, including the regular murder of indigenous and land rights activists in Honduras. (A side note – the only commission I was offered while working on this was from a communications agency in New York City who, working at the behest of the defense team for the alleged murderers of Berta Caceres, sought to commission an article or articles on corruption in Honduras. They were transparent in regards to their funders and friendly enough. It was a rather triggering conversation for me; how did American interests consistently find themselves on the wrong side of history? I chose not to work with them.) The Honduras Human Rights and Anti-Corruption Act has provided Democrats the opportunity to rewrite the narrative and cast Hernández as a corrupt Trump ally vs. the reality that Hernández was the President both parties wanted, an American ally.

For the average Honduran, the continued disparity between stated aims and outcomes is a tiresome joke. Be calm, patient, trust the process, Hondurans were told. When we worked the blockades at the protests after the 2017 election, people were enraged. They drove local media away, threatening to burn their cars. They detailed their grievances. The prevailing mood was fuck this. They told me to take photos as they destroyed the universally hated toll booths that interrupt the country’s highways, another tax on the poor.
But life always goes on.

Pastor Dany Pacheco continues to work with gangs and add more pastors to his mission. He navigates an uncertain path between his duties to God and maintaining a home in the ever shifting alliances of his barrio, with its violence and poverty.

Francisco is studying, skating and growing, earning money by answering customer service calls for Walmart.
Leo is in prison for murder, where he’s become a pastor.

Today, Honduras is home to the United States’ only military airfield in Central America and its oldest joint task force. Close to forty years old, it’s one of five American bases in the country. The housing quarters on the base were once wooden hooches. They were upgraded to more permanent apartment buildings in 2005.

And me, I’m grateful for my friends in Honduras who trusted my vision and waited patiently for me to complete this thing.

OUTRO

Las estadísticas señalan que las cosas han mejorado en Honduras. San Pedro Sula ya no es la capital mundial del homicidio. Su máximo, en 2012, de 90.4 homicidios por cada 100,000 habitantes permanece como un récord oscuro. 

Pero los sampedranos, a pesar de que ahora (a partir del 2019) tienen 3.5 menos posibilidades de ser asesinados que en el 2012, no se sienten más seguros. Los retenes policiacos y militares siguen por toda la ciudad. Mueren personas conocidas. Los índices de impunidad oscilan entre el 95 y el 98% y dos tercios de los hondureños siguen viviendo en la pobreza. 

Un conocido, después del fracaso de su restaurante, transformó el espacio en un bar clandestino y un nido de drogas. Monitoreaba la calle desde una sala exclusiva de seguridad, precaución que tomó después de encontrarse en el radar tanto de la policía como de la pandilla del barrio, MS 13. Una noche, pasamos por allí y vimos una patrulla en la entrada. Cuando llegamos a casa, un periodista informaba, a través de un grupo de Whatsapp, que el dueño había sido asesinado. Dos sicarios habían pasado delante de múltiples cámaras de seguridad, entraron al bar y los obligaron a él y a un empelado a arrodillarse. Los sicarios dejaron libre al empleado, le dispararon al dueño en la cabeza y se fueron. Vimos al empleado mientras sacaban a nuestro amigo en una bolsa para cadáveres. No hablamos. El empleado y yo todavía nos vemos por la ciudad. Intercambiamos saludos, pero no hablamos sobre lo que pasó aquella noche. Así es como se ve la impunidad 

El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, fue electo por primera vez en el 2013. En los últimos 8 años ha consolidado bajo su autoridad al ejército, al poder judicial y a los servicios de inteligencia. En el 2015, la Corte Suprema eliminó los límites del periodo presidencial (supuestamente, la razón por la que los militares habían destituido a Zelaya). La elección presidencial del 2017 parecía favorecer al queridísimo presentador de televisión Salvador Nasralla, pero cuando su triunfo parecía inminente, los servidores del Tribunal Superior Estatal se cayeron y las irregularidades en el conteo de votos se empezaron a acumular. Cuando el proceso se reinició, la ventaja se había perdido. La Organización de los Estados Americanos (OEA) lo describió como un proceso electoral de “baja calidad”. Hernández ganó un segundo mandato con poco más del 1 por ciento. 

Cuando la Embajada de Estados Unidos en Honduras compartió en su página de Facebook la conferencia de prensa, anunciando que Honduras estaba cooperando con EUA para evitar que los hondureños llegaran a EUA y, además, que el país brindaría refugio a otros latinoamericanos, fue recibida con múltiples emojis de risas. Ese mismo día, el New York Times publicó un artículo en donde se detallaba la imputación por tráfico de cocaína contra Antonio “Tony” Hernández, el hermano de Hernández y las acusaciones de que éste utilizó dinero del narcotráfico para ganar la elección del 2013. Una vez que EUA homenajeó a Hernández como colega, además de ser benefactor directo de las elecciones libres y justas que EUA apoyó en respuesta al golpe militar de 2009, también llamado CC-4 J.O.H o “co-conspirador cuatro”, en una corte de Nueva York y después de, supuestamente, haber aceptado sobornos de los narcos, Hernández parece ser tan cínico y egoísta como cualquier hondureño promedio lo cree. 

Un narcotraficante alegó que Hernández dijo “Vamos a meter las drogas directo en las narices de los gringos”, y el encabezado puso a Hernández en la portada de varios periódicos estadounidenses. Él, por supuesto, negó con indiferencia las acusaciones. 

En 2021, los senadores demócratas estadounidenses introdujeron una propuesta de ley para sancionar a Juan Orlando Hernández y a las fuerzas de seguridad hondureñas, al limitar el dinero destinado para armamento y entrenamiento hasta lograr que los objetivos en materia de derechos humanos se hubieran cumplido, incluyendo el asesinato sistemático de activistas por el derecho a la tierra y activistas indígenas en Honduras. (Una nota al margen: el único encargo que se me ofreció mientras trabajaba en este proyecto fue por parte de una agencia de comunicación en Nueva York, la cual, al trabajar bajo petición del equipo de defensa de los presuntos asesinos de Berta Cáceres, buscó comisionar uno o varios artículos relacionados a la corrupción en Honduras. Las personas de la agencia fueron transparentes con respecto a quiénes los financiaban y, además, fueron bastante amables. Sin embargo, fue una conversación más bien detonadora para mí: ¿cómo es que los intereses estadounidenses se encuentran constantemente en el lado equivocado de la historia? Decidí no trabajar con ellos.) La Ley de Derechos Humanos y Anticorrupción de Honduras ha proporcionado a los demócratas la oportunidad de reescribir la narrativa y presentar a Hernández como un aliado corrupto de Trump, contrario a la realidad en donde Hernández era el presidente que ambos partidos querían, un aliado estadounidense. 

Para el hondureño promedio, la continua disparidad entre los objetivos expresados y los resultados es una mala broma. Estén tranquilos, sean pacientes, confíen en el proceso, se les dijo a los hondureños. Cuando trabajamos en los bloqueos de las protestas posteriores a la elección del 2017, las personas estaban enfurecidas. Alejaron a los medios de comunicación locales, amenazándolos con quemar sus coches. Reclamaron las injusticias. El estado de ánimo que prevalecía era el de a la mierda con esto. Me pidieron que tomara fotos mientras destruían las casetas de cobro que interrumpen las carreteras del país, son odiadas por la mayoría, otro impuesto para los pobres. 

Pero la vida siempre sigue. 

El Pastor Dany Pacheco continua trabajando con las pandillas y cada vez añade más pastores a sus misiones. Navega por un camino incierto entre sus deberes con Dios y el mantener un hogar en las alianzas siempre cambiantes de su barrio, lo cual incluye la violencia y la pobreza. 

Francisco estudia, patina y sigue creciendo. Se gana la vida respondiendo las llamadas del servicio al cliente de Walmart. 

Leo está en la cárcel por asesinato, ahí se ha convertido en Pastor. 

Hoy en día, Honduras es el hogar de la única base aérea militar estadounidense en Centroamérica. Es la unidad de fuerza conjunta más antigua del país, casi con 40 años de antigüedad, es una de las cinco bases estadounidenses en el territorio. Las viviendas de la base fueron, alguna vez, cabañas de madera, en 2005, se convirtieron en edificios de departamentos permanentes. 

Y yo, estoy agradecido con mis amigos en Honduras, quienes confiaron en mi visión y esperaron con paciencia a que finalizara este proyecto.